Amélie y su maravilloso mundo en el corazón de París
París es una ciudad romántica, repleta de piezas arquitectónicas hermosas. En sus plazas y sus esquinas son muchos los enamorados que encuentran el escenario perfecto para vivir su cuento de hadas. Esto, sumado a su historia como capital de Francia, cuna de la Ilustración, hace de la ciudad uno de los escenarios preferidos para muchos directores de cine.
Pero, ¿y si toda esta belleza fuese vista a través de una perspectiva menos tradicional? Esta ha sido la apuesta de Jean-Pierre Jeunet con su obra «El fabuloso destino de Amélie Poulain». La joven parisina, interpretada por Audrey Tautou, no es para nada común. Nació en el seno de una familia muy rígida que, por un malentendido, incluso le impidió compartir con otros niños a medida que crecía. La soledad de su niñez, la carencia de afecto de sus padres y la temprana muerte de su madre, hicieron que la pequeña Amélie se refugiara en su mundo interior. Es cierto que esto le permitió conservar su dulzura innata, y le dio la capacidad de apreciar los pequeños detalles de la normalidad, pero también es verdad que creció sintiendo que algo le faltaba, que estaría sola por siempre.
¿Qué es la vida si no se puede compartir con alguien? Bueno, puede parecer que el comentario a continuación será pesimista, pero es todo lo contrario. Ante la consciencia de su soledad -su unicidad, diría yo- Amélie se pone como objetivo hacer felices a las personas a través de pequeños gestos de gran impacto. Así pues, vemos cómo anima la vida de un hombre al devolverle una pequeña cápsula del tiempo con sus juguetes favoritos de la infancia; que trama el nacimiento de una relación entre una de sus colegas, hipocondríaca, y un hombre que vivía obsesionado con su ex pareja. E incluso secuestrando al gnomo de jardín de su padre para enviarlo a conocer el mundo con una amiga aeromoza, de modo que su padre recibiera todas las pintorescas postales y se animara a salir de su encierro físico y sentimental.
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Aunque pudiera parecer que Amélie se siente conforme con el destino que ha elegido, el espectador puede intuir que no es así. Y, por si fuera poco, también el director pone el dilema en escena a través del personaje del Hombre de Cristal. Se explica que él, debido a una enfermedad ósea, no sale de su casa y vive la vida como un espectador, a través de una cámara y una televisión. Cada año pinta una réplica de un cuadro de Renoir y, en un momento de la película, hace la analogía entre Amélie y la chica del cuadro.
Los sucesos llevan a la aparición de Nino, otra persona con una perspectiva particular para entender la vida, y así pues, lo que inicia como un juego, termina convirtiéndose en una relación. Finalmente Amélie deja de ser una espectadora de la vida y empieza a vivir su propia historia, con la mejor compañía que podría desear. Un desenlace alegre para quien decidió hacer felices a los demás.